Dimensión onírica A Don Bosco se lo reconoce como “un gran soñador”, un santo al que le agradaba contar sueños. Han quedado registra-dos más de 170. Pero ¿eran todos realmente sueños que tenía durante la noche y fruto de su propio inconsciente? Normalmente uno recuerda vagamente lo que sueña y rara-mente con total exactitud. Si pensamos que Don Bosco escribió su sueño después de 49 años, cuando inició la redacción de las Memorias del Oratorio…, ¿qué es lo que podía recordar entonces?, ¿o se trata más bien de una “reinterpretación” de algo sucedido cuando era pequeño? Más aún, ¿sería quizá la “proyección” sobre un acontecimiento básico inicial, de toda una experiencia de vida en plena realización? Este planteo hace pensar que lo más importante no es recupe-rar el “material onírico” de este sueño, sino apropiarse del significa-do que Don Bosco le quiere dar, lo que él quiere comunicar con esa narración. ¿Uno o muchos sueños? Lo innegable es que el de los nueve años resulta ser un “caso” especial. Él mismo afirma que no lo soñó solo una vez: “El sueño de Morialdo estaba siempre fijo en mi mente; es más, se me había repetido otras veces de un modo bastante más claro”. En sus Memorias encontramos que en 1844, en la víspera del segundo domingo de octubre, “precisamente esa noche, tuve un nuevo sueño que parecía ser una continuación del tenido en I’Becchi a los nueve años”. El P. Fernando Peraza interpreta este pasaje afirmando: “Se trataría, de hecho, de un mismo sueño que lo fue acompañando desde los nueve hasta los 30 años, a manera de una secuencia onírica, condicionada por los acontecimientos que van en forma progresiva marcando vocacionalmente su vida”. Si esto es así, estamos ante algo sorprendente… La marca del sueño Si bien Don Bosco aclara que él era del parecer de la abuela: “No hay que prestarles atención a los sueños”, también afirma, de manera casi antagónica, “sin embargo, nunca me fue posi-ble quitarme aquel sueño de la mente”. ¿Existe en él una lucha íntima entre darle fe al sueño, creyendo que es una propuesta venida de Dios, o desestimarlo, para no dar a conocer que en su vida hubo alguna experiencia sobrenatural? A la distancia, y con la perspectiva que nos dan los hechos ya consumados, podemos desambiguar este dilema, afirmando con el P. Pedro Stella que el sueño de los nueve años “condicio-nó todo el modo de vivir y de pensar de Don Bosco y, en parti-cular, el modo de sentir la presencia de Dios en la vida de cada uno y en la historia del mundo”. Cimiento de una catedral Al estructurar las Memorias del Oratorio, las redacta obe-deciendo una orden del mismo Papa Pío IX, quien le pidió que escribiera el sueño de los nueve años: “Ahora se agrega la orden de una persona de suma autoridad a la que no es permitido dar ninguna demora”… Y las organiza con una arquitectura muy par-ticular: “He organizado estas memorias en décadas, o períodos de 10 años…”. El sueño está ubicado justamente antes de iniciar las tres décadas y él mismo lo justifica con esta afirmación: “Las cosas que expondré a continuación le darán a esto algún significa-do”. Está indisolublemente ligado, por tanto, a las Memorias del Oratorio como un cimiento a una catedral, como una semilla a una planta cargada de frutos. ¿Vio entonces a Jesús y a la Virgen? En un “crescendo” sorprendente, y sólo “bajo presión” del mismo Papa, Don Bosco llegó a interpretarlo como algo “so-brenatural”: “Él me hizo contarle minuciosamente todas las co-sas que tuvieran, aunque sea solo alguna apariencia de sobre-natural. Entonces conté por primera vez el sueño que tuve a la edad de entre los nueve y 10 años”. Reconoce, al fin, que esta experiencia excede los términos de la naturaleza en su vida. ¡Qué nos queda, sino admirar extasiados cómo a un “hu-milde pastorcito de I’Becchi” Dios y María lo hicieron soñar un carisma para la Iglesia encarnado en la Familia Salesiana hoy: un camino de vida y santidad para nosotros!