57 Boletín Salesiano | Con la sonrisa en los labios, el joven Don Bosco los in-terrogó, y ellos, en forma desenvuelta, respondieron que el predicador hablaba muy difícil y habían intentado per-manecer despiertos, pero que el sueño y cansancio fue-ron más fuertes. Los llevó a la misma sacristía, donde el 8 de diciembre había iniciado su experiencia oratoriana con un joven lla-mado Bartolomé Garelli, ganando sus corazones. Guardaespaldas de Don Bosco José quedó fascinado por la dulzura y paternidad de ese sacerdote y desde entonces no dejó de frecuentar el Oratorio. Una tarde, un puñado de muchachos bravucones insul-taron a ese sacerdote que reunía en los prados periféricos de la ciudad a niños y adolescentes hambrientos, tanto de pan como de cariño. José, con ira, defendió a su amigo. Don Bosco lo calmó y le dijo: “¡Muy bien! Eres un verdade-ro caballero. Con buenos ayudantes como tú y tu herma-no, venceremos todas las batallas, especialmente porque la Virgen está con nosotros. ¿No es así?”. Cuando la casita Pinardi estuvo preparada, Don Bosco lo invitó a vivir con él. José se transformó en su guardaespaldas, lo acompañó en las noches oscuras, defendió en más de una emboscada, conoció y fue amigo del inesperado y providen-cial perro “Gris” y uno de los primeros hijos del Oratorio. Don Bosco le ofreció iniciar el camino hacia el sacer-docio, pero un accidente le provocó la amputación de la falange del dedo índice. Con esa limitación, en aquellos tiempos, no podía ser sacerdote. José sufrió profunda-mente, sin embargo, optó por quedarse a su lado como laico, a total disposición. 57 Boletín Salesiano |