Don Rinaldi había entregado a Don Lemoyne un sobre cerrado que decía: “Para luego de las elecciones por la muerte del querido Don Rúa”. Después de la elección, el 16 de agosto de 1910, lo leyó pú-blicamente: “El 22 de noviembre de 1877, monseñor Ferré le pregunta a Don Bosco sobre las resistencias a Don Albera (tenía 32 años) de parte de su obispo y del clero, por ser sa-lesiano. Don Bosco respondió: ‘Claro… él es mi segundo’, y cortó la frase”. Don Rinaldi dijo: “conservé esto esperando…”. Padre y maestro Luego de su elección, rezó ante la tumba de Don Bosco y le pareció oír: “Conserva lo que tienes”. Ya había recorrido las casas de América y lo mismo hará como rector mayor en Europa. Su objetivo será cuidar los servicios a los jóvenes más necesitados y la Iglesia local, recibir las confi-dencias personales, consolar, amonestar, dar valor, tomar de-cisiones oportunas y tratar a cada uno con cordialidad familiar. Planteó los fines de la congregación: “La piedra angular de nuestra obra está formada por los oratorios festivos, las misio-nes y las vocaciones eclesiásticas, los tres fines primarios que planteó el venerable fundador son inseparables para la vida de nuestra congregación”. Como memoria del magisterio de Don Rúa se imprimieron sus circulares, de las cuales Don Albera escribió 26. Se organizó la Sociedad Editora Internacional. El Boletín Salesiano, ya en italiano y español, se publicó además en francés, inglés, ale-mán, polaco y húngaro. Gran consuelo fueron los inicios de beatificación de Don Bos-co, Don Andrés Beltrami, Ceferino Namuncurá y la extensión de la fiesta de María Auxiliadora a toda la Iglesia. Años dolorosos Durante la 1ª Guerra Mundial, Don Albera escribió: “Hay nu-merosos hermanos llamados bajo las armas… tantos pagaron ya su tributo a la patria con el sacrificio de la vida y otros cuan-do sea… No me pueden negar que el corazón del padre, pen-sando en todos sus hijos, está inmensamente más probado”. Eran cerca de 2.000, casi la mitad de aquel entonces. Durante tres años organizó la ubicación actualizada de cada uno y les envió una circular mensual. En 1918, para sus bodas de oro sacerdotales, pidió encontrarse con los salesianos y sacerdotes exalumnos y exsoldados. Su clamor era para que se abrieran las puertas a los hijos de los combatientes, mu-chas veces huérfanos. La celebración del centenario del nacimiento de Don Bosco se redujo a la misa en Valsalice junto a su tumba, en Castelnuovo d’Asti y una lápida memorial del bautismo; también la piedra fundamental de la capilla a María Auxiliadora en I Becchi. La Familia Salesiana como horizonte El periódico Corriere della Sera hacía un pronóstico: “Don Albera es de una fisonomía espiritual especial; la obra que desplegó en Francia y América demuestra lo que será, con igual competencia, serenidad y amplitud de miras, para guiar la gran Familia Salesiana sobre las huellas dejadas por Don Bosco y Don Rúa”. Y tenía razón. Fueron múltiples los encuentros, nacionales e internaciona-les, con salesianos, exalumnos, Hijas de María Auxiliadora, Cooperadores, bienhechores, autoridades civiles y eclesiásti-cas. En cada uno les abría su corazón e inquietudes. A las Hijas de María Auxiliadora les comentó: “Podrán encon-trar, entre los salesianos, quienes conozcan más que yo su Instituto, más capaces para darles consejos y ayuda; pero qui-zá no otro que las quiera más que yo y aprecie su obra”. A los exalumnos, para quienes impulsó la Federación Inter-nacional, les dijo: “Seríamos bien pobres si los hubiésemos amado solo en los pocos años que estuvieron con nosotros: los amamos todavía y deseamos amarlos siempre”. A los Cooperadores señaló: “Cuando ante el mal que se pro-paga o el bien que urge realizar, viene clara de lo alto la invi-tación a nuevas obras para la gloria de Dios y la salvación de las almas, no dudamos sobre el ejemplo de Don Bosco, a ser también un poco santamente audaces”, y él mismo abrió 103 casas. Una profecía cumplida El cardenal Rampolla escribió el 11º Capítulo General sobre el futuro rector mayor, previamente a la elección: “Aquel que por santidad de vida y ejemplo, por bondad de corazón de padre amoroso, por prudencia y sabiduría sea guía seguro, por celo y firmeza vigile la disciplina de la observancia religiosa y del espíritu del venerable fundador”.